sábado, 27 de febrero de 2016

Las Comadronas De Antaño




Recordar a las viejas comadronas reconforta el espíritu. Hasta hace poco tiempo, los paritorios en los hogares venezolanos se desarrollaban como Dios lo estableció a través de los Siglos. No se conocía la contratación de sofisticadas habitaciones con aire acondicionado, alrededor de las cuales se desplazan especialistas, hombres y mujeres pulcramente vestidos de blanca tela y gorritos coquetos para darle más salero al acontecimiento.
Los padres del recién nacido podían reír alegremente sin el temblor en las manos que electriza la voluminosa factura: partero, anestesiólogo, enfermeras, pediatras, cardiólogos, farmacéuticos, policías y hasta un Fiscal de Tránsito para facilitar al nuevo transeúnte vía libre para su desplazamiento en este valle de lágrimas.
Las recordadas parteras de antaño, la mayoría procedía de modestas familias, sobre todo de núcleos populares que defendían su profesión a base de coraje y mística vocación. Sus tarifas dependían de la condición social del cliente, con un máximo de cinco pesos, a veces cancelados en cuotas semanales. Eso sí, las comadronas durante algunos días compartían con las parturientas el rico manjar de las aves de corral, por establecerlo la tradición. En el proceso del embarazo se adquirirían varias gallinas gordas para alimentar a la nueva madre durante el primer mes después del alumbramiento.
Existían drásticas reglas para la protección de la madre y el niño, que hoy resultan risibles, pero que durante centenares de años contribuyeron a superpoblar el planeta. La mujer guardaba riguroso encierro durante cuarenta días con la cabeza envuelta con trapos para evitar malos aires; el recién nacido debía permanecer con un gorrito de tela gruesa para protegerle la "mollera", por donde supuestamente podían colársele fluidos malignos. La habitación de la parturienta se mantenía hermética y los visitantes en horas nocturnas permanecían alejados del niño, hasta tanto se "les desprendiera el sereno", considerado como portador de males.
Algunos venían al mundo enmanitillados con el cordón umbilical endurecido. En estos casos, la comadrona bendecía al recién nacido, augurándole una vida llena de felicidades, ya que la tradición señalaba que el enmantillamiento era protector contra pavas, mal de ojo, enemigos, etc. La mantilla y el cordón umbilical lo enterraban en un rincón de la vivienda, para que el hechizo fuera permanente en la buena suerte del muchachito.
Por su parte, el padre feliz que se había preparado desde el primer mes de embarazo de su compañera, brindaba a familiares y amigos con un licor macerado en garrafas de aguardiente de caña, aluzema, azúcar y otros ingredientes. Eran los célebres "miaos" del nuevo ciudadano, que nunca faltó en hogares venezolanos, sin el temor de ser embargados por abultadas facturas de clínicas sofisticadas, en cuya mayoría los niños ya no nacen por la vía natural diseñada para estos menesteres, sino por la barriga en operaciones conocidas como "cesáreas".
Esto de la cesárea es más antiguo que el nacimiento de Cristo; procede del latín "caesure" que significa "corte" y su nombre sirvió para bautizar a César, Emperador Romano, quien nació, según datos históricos, por una abertura en el vientre que le practicaron a la madre en un caso de extrema emergencia.
A través de la práctica alegre de acelerar el nacimiento de los niños por ese sistema, se han tejido diversas conjeturas. La operación quirúrgica con pocos riesgos de extraer la criatura, proporciona jugosos dividendos a empresas y clínicas donde el nuevo riquismo florece en todos los caminos con galopante desbordamiento exhibicionista; las fabulosas sumas cobradas a los pacientes son canceladas sin protestar y a veces con amplias sonrisas que recogen los fotógrafos para las crónicas sociales.
De todos modos, el procedimiento de las viejas comadronas y parteros como Valbuena, Tirado, Juliac, Rodríguez Rivero, Torres Suels, Noblot, Vigas, Kanoche, Porras, Olaechea, Ponte, Rivas, Soriano. Dunlop, Villalba, Gallardo, Julien, Mandry, Murphy, entre otros tantos, queda en el permanente recuerdo de las abuelas.

Tomado del Libro Papeles Viejos para Gente Nueva, propiedad intelectual de Miguel Elías Dao




PLACIDA GUEVARA
 La comadrona fue y continúa siéndolo en muchos lugares, la figura central de la atención del parto, aunque sus condiciones, aptitudes y destrezas han sido objeto de profundas e innovadoras transformaciones, pasando a ser en nuestros tiempos el punto fundamental de la atención perinatal a nivel primario y secundario.
La figura de la partera o comadrona actual como miembro del equipo de salud perinatal, contrasta con la figura oscura, torpe, sucia y con un elevado grado de ignorancia que predominó en los tiempos de la colonia, de la independencia y parte de nuestra historia más reciente. Ante esta situación y sus temidas consecuencias las autoridades tanto gubernamentales como médicas se preocuparon por el adiestramiento y control de estos recursos humanos, de la colectividad para solicitar la ayuda de los profesionales médicos y hasta la persecución y prohibición de actuar que llegó a pesar sobre las mismas.
Vale la pena destacar como punto de referencia que el holandés Hendrick van Deventer (1651-1724) ya había publicado en 1701 su famoso libro titulado Nueva luz para las parteras, que se convirtió en el primer estudio completo de la anatomía de la pelvis y sus deformaciones, así como de la relación entre éstas y el desarrollo del parto, y que este texto ejercería durante 150 años, inmensa influencia en el ejercicio obstétrico.
Indudablemente que al principio las normas dictadas se limitaron a regular el renglón de emolumentos y así vemos cómo en la época colonial, se estableció el cobro de 2 pesos por la asistencia del parto que durara una jornada diurna, y de tres pesos cuando la asistencia comprendía tanto el día como la noche (Gutiérrez Alfaro).
Este arancel fue establecido por el Protomedicato, el cual constituía la máxima autoridad médica de la época.
A partir de 1827 la Facultad Médica de Caracas inició un programa de otorgamientos de credenciales a aquellas personas que demostraran poseer los conocimientos, aptitudes y destrezas para la asistencia de los partos.
Entre 1827 a 1877 la Facultad Médica de Caracas concedió apenas seis títulos de partera, mereciendo especial mención el otorgado a PLACIDA GUEVARA el primero de septiembre de 1851, partera, natural y residente en Puerto Cabello, la cual según Rodríguez Rivero gozó de gran fama, hasta tal extremo que el examen para el otorgamiento de la credencial le fuera practicado en su tierra natal por el Dr. Enrique Dunlop, designado por las autoridades correspondientes a tal efecto.
El acta tomada de Rodríguez Rivero en su Historia Médica de Venezuela, reza textualmente: “Como Doctor en Medicina, Miembro de la Facultad Médica de Caracas y comisionado al efecto por la expresada Facultad según oficio y resolución fecha 25 de noviembre del año ppdo., declaro en debida forma: que hoy a las doce del día he practicado el examen de la Señora Plácida Guevara, alumna del Sr. Dr. Adolfo Lacombe, en presencia del expresado Doctor y de varios vecinos de este puerto, la cual Señora es postulante al título y diploma de partera de la Facultad Médica; que la expresada Plácida Guevara ha dado pruebas evidentes de estudio científico del Arte de Partos, y que ha contestado con prontitud y claridad a todas las cuestiones adecuadas al examen, y que la considera calificada y digna de ser acogida y titulada por la expresada facultad médica. En fe de lo cual doi el presente certificado para que conste y sirva de lo que es justicia. En Puerto Cabello, a catorce de julio de 1851.- (fdo.) Henry Dunlop. Este hecho resulta de especial trascendencia para los anales de la obstetricia carabobeña.

MAGDALENA MARTINEZ
 Nació en Puerto Cabello el 25 de mayo de 1894, hija de Ramón Martínez Izaguirre y Saturna Torres de Martínez, era la segunda entre sus cuatro hermanos. Transcurre su infancia en su tierra natal, pujando por hacerse ciudad, y donde veía circular desde la noria hasta los muelles porteños las carretas cargadas de café y cacao. Asiste a la escuelita que regentaban Socorro y Belén Páez, vive el terror de la epidemia de la gripe española que diezmó a la población, cuyos sobrevivientes amontonaban cadáveres en fosas comunes, tan dantesca escena punza su alma y la acicatea para emprender el camino al cual consagraría su vida. Desde muy joven adquirió el hábito de acompañar a las parturientas y rápidamente su fama comienza a acrecentarse, su amable y cariñoso trato, la rápida adquisición de conocimientos impartidos por los médicos a los cuales ayudaba, la llenan de agradecidas clientes quienes por afecto le dan el apodo de Mama Nena. En 1928 cuando los doctores Juan Torres Páez y Pedro Guzmán Llovet reinstalan el Comité de la Cruz Roja, que ya había sido fundada en 1920, Magdalena Martínez se convierte en trabajadora voluntaria de dicha institución. Para 1932 forma parte del voluntariado que trabaja en el programa materno infantil denominado “La Gota de Leche”, la cual para 1938, según la memoria presentada por el Dr. Doroteo Centeno llegó a repartir hasta 28 litros de leche al día. Suspendido este programa, continuó sus labores en la Cruz Roja en compañía de las señoras Rafaela de Mandry, María de Avril, María de Römer, Amalia de Llovet, María Llamozas y Belén Cubillán. Trabajó en la Cruz Roja hasta 1954, y se entrega por entero a sus funciones de comadrona. En su labor como enfermera acompañó a los doctores Rafael Torres Suels, Miguel Espinoza, Salvador Talamantes, Pedro Guzmán Llovet, José Rivas, Leopoldo Jiménez, Barreto Lima, Alfredo Guillén Gonzalez y a otros. En cada hogar donde eran solicitados los servicios del médico partero, aparecía trajeada de un impecable blanco la figura de Mama Nena, ella se encargaba de organizar todo, de vigilar la evolución del trabajo de parto, de atenderlo cuando el facultativo no podía llegar a tiempo. Cuando el doctor E. Guerra Mas funda su clínica, de inmediato la recluta ingresando a la institución como partera práctica, cargo que desempeñó hasta los 81 años de edad, culminando así la noble misión de atender a tres generaciones de madres, que en templo de gratitud eterna consagrarán para siempre su recuerdo.
HISTORIA DE LA OBSTETRICIA EN CARABOBO
Dr. Alberto Sosa Olavarría

No hay comentarios:

Publicar un comentario