sábado, 14 de mayo de 2016

EL CINE GENERAL SALOM/ ANECDOTA






Estaba mirando hacia el manglar al Este. La última: vez que lo vi estaba cerrado

 y en ruinas. Recordé cuántas veces los porteños habían tenido allí gratos

 momentos. Vi la ventanilla de la taquilla y recordé la faz inolvidable de querido

 porteño que por años la atendía, me refiero a Carlos Martell.

Imaginariamente recorría el interior. Entré en la casilla de los proyectores y sus

 lámparas de arco, su luz intensa, suficiente para proyectar en la pantalla las

 inmensas imágenes
.
Recordé el rostro siempre sonriente de Luis Eduardo, el operador de aquellas

 cámaras Zeiss; con su mano franca tendida en invariable gesto de singular

 bonhomía. ¿Qué se haría Luis Eduardo?

En aquella visita imaginaria por las ruinas del Cine General Salom salió también

 a mi memoria el coronel Lugo. Aquel personajeque parecía, al verlo, había

 servido de modelo de afiche de un analgésico de moda llamado Veramont: Un

 calvo con la cabeza llena de clavos y hasta un sacacorchos penetrando en

 vueltas de tornillo el cuero cabelludo
.
Siempre de dril color crudo, con chaleco dejando de ver deslumbrante leontina.

 En la mano un bastón negro brillante rematado en puño de oro

.
Pero... en el centro de todo, siempre como llenando aquel inmenso espacio

 abierto al aire del mar, la figura legendaria del general Briceño, el dueño. Alto,

 elegante, con sus bigotes torcidos como el Kaiser, pero bellamente blancos.

 Cuello de celuloide y corbata siempre de atractivos colores. Erguido su porte,

 de aspecto y modales de aristócrata, el general tenía siempre un saludo

 amable, solemne, señorial. En las mañanas visitaba los muelles; frecuente

 verlo en la tertulia de porteños abriendo el día en La Marina. Allí pasaba buen

 rato sentado en la popular silla coriana reclinada contra la salitrosa pared.

 Informábase de cuanto ocurría atusando una y otra vez su elegante bigote y

 chasqueando el aire entre los dientes como era en él característico. Era

 ciertamente del Puerto un personaje

.
Pasaba el día en su oficina trabajando. Allí recibía visitas. En las noches como el

 negocio era de familia, desde buen rato antes de la función él y las hijas se

 dirigían al lugar de trabajo. Allí permanecían hasta después de la segunda y

 última función.

El General tenía muchos amigos; era muy respetado; también se lo conocía por

 sus salidas originales y cortantes. Cuentan que una vez se presentaba en

 el cine un distinguido caballero, que temporalmente habitó en el Puerto. Era

 alto, de tez muy roja, cabellos negros abundantes peinados hacia atrás.

 Ampuloso de modales y gallardo en movimientos, al poco tiempo recibió de los

 porteños, que para eso eran hábiles a cual más, el apodo de "Colegallo".

El buen señor iba religiosamente al cine, en el Puerto en las .noches había poco

 más qué hacer. Se acomodaba en su silla en el Patio, y luego de empezada la

función, valiéndose de la oscuridad, acomodaba la silla que le quedaba a un lado


 y luego la del otro apoyando en ellas sus brazos. Como si fuera poco, rato más

 tarde hacía girar la que quedaba enfrente y ponía en ella los pies, total: con un

 solo boleto el buen señor ocupaba cuatro asientos, dispuestos a como le viniera

 en gana para más comodidad. Como la costumbre se hizo hábito, la queja le

 fue puesta al General. -¡Aja! dijo al escucharla. Cuando venga avíseme esta

 noche.
Efectivamente, en la noche apenas entró al cine el buen señor, el General fue

 advertido y le presentaron al cliente. Mirándolo frente a frente le preguntó:

-¿Ud, y que es el señor Colegallo? Sorprendido, el usuario contestó: -Sí... mi

 General, así me llaman mis amigos por cariño.

A lo que respondió con voz terminante y rotunda, dirigiéndose al empleado

 apodado el Cuneno: -"¡Cuneno! Búsquele una silla al señor Cola'e Gallo pa'que

 ponga su cola"
.
Y hasta esa noche duró la costumbre del cómodo cliente de disponer tantas

 sillas para el soporte de su augusta persona
.
Volviendo con el cine, el Patio era el sitio más fresco y agradable, pero había

 quien prefería pagar más para ir a Palco, espacio techado y protegido de

 eventuales lluvias. Un retrato iluminado del General Salom lucía egregio en la

 pared Norte de la sala.

El precio de un asiento era dos bolívares, sillas de hierro y tablas du rísimas, ten

 ían el privilegio de ofrecer al cliente la discutible comodidad para los brazos de

 un duro apoyadero
.
Adelante del Patio y al mismo nivel, pero más cerca de la pantalla, estaba la

 zona de los asientos más baratos, su precio Bs. 0,50. ¡Un real! Y el nombre de

 ese sector se llamaba: General Salom, sin que ello tuviera relación alguna con

 el dueño, pero todo el mundo lo conocía como el "Gallinero".

Allí en vez de asientos había bancos y el duro suelo, según prefiriera el cliente.

 También se podía ver la película de pie, y los rincones angulares del amplio

 espacio bajo las estrellas del cielo del Puerto, servían para inconfesables usos

 que aspirara taJ nombre
.
Dos funciones ofrecía el Cine General Salom: La primera la preferida por las

 familias y personas de respeto. La más concurrida también. Cuando terminaba

 la función, a la calle salía un río de gente. Era el momento en que en las aceras

 avivaban sus fuegos las bandejas de fritanga. Las matronas curazoleñas

 sentadas como en Willeminaplain, esperaban a sus clientes. Empanadas,

 pastelitos, torrejas, arepitas; todo era ofrecido para que nadie fuera con

 hambre a la cama. No faltaba el vendedor de "raspados" y el heladero, que

 ofrecían los últimos productos que no había derretido el sol del Puerto.


Aquella marejada de gentes que iban y venían. Los apuros del taquillera para

 proveer de los últimos boletos. El ruido de los parlantes que irrumpía a toda

voz hacia la calle, anunciando el fin y comienzode la próxima función, era cada

 noche un momento cúspide del acontecer porteño
.
Pero si por algo es memorable el Cine General Salom fue porque en él se hizo

 la presentación en 1937 de la primera película hablada en español que vieron

 los porteños. Su título "Allá en el Rancho Grande", con Tito Quizar. En aquella

 época el porcentaje de la población analfabeta era muy alto. Las películas en

 inglés con títulos no eran entendidas por la mayoría. De manera que cuando

 por primera vez las clases más humildes pudieron ver en la pantalla

 a personajes que hablaban en el propio idioma, aquello constituyó un

 acontecimiento de tal magnitud que llegó a los límites de lo inimaginable
.
"Allá en el Rancho Grande" fue proyectada noche tras noche con el más grande

 éxito. Venían de los campos, Patanemo,BorburataSan EstebanGoaigoaza,

 más alláde El PalitoMorón y Drama camiones llenos para ver la película

.
En el carnaval siguiente el disfraz de Ranchera, de "Charro" y la aceptación del


 baile "Jarabe Tapatío", con pisotones en el ala ancha del sombrero mexicano en

 tierra, se lo quiso ver como variedad de baile propio
.
Para los mismos tiempos se inauguraba la Urbanización Valle Seco,

 primera obra social del gobierno del General Eleazar López Contreras,

 destinada a dar viviendas a los trabajadores portuarios. Desde esa fecha y por

 causa de la película, Valle Secocambió su nombre en "Rancho Grande", por

 voluntad y decisión popular
.
Así el cine mexicano entró al Puerto, por la puerta ancha y popular

 del Cine General Bartolomé Salom



Tomado del Libro Hadas Brujas y Duendes de Puerto

 Cabello, propiedad intelectual de Adolfo Aristeguieta

 Gramcko
.


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